Cartas desde La Habana

Los que piensan que La Habana hedonista y sensual ya no es más que un recuerdo lejano, desconocen que la vieja ciudad tiene la facultad de reverdecer sobre sus ruinas. La Habana de hoy, a veces mirada con nostalgia por los que no conocen sus virtudes para la adaptación y el renacer, se puede descubrir andando sus calles, hablando con su gente, percibiendo esa fuerza que le ha dado vida y que le ha permitido sobreponerse a los peores momentos de tinieblas y desesperación.

El Hotel Telégrafo es un lugar ideal para iniciar el recorrido, pues está situado en una de las arterias más significativas de la ciudad: el Paseo del Prado. Para no olvidar dónde nos encontramos, basta recordar el chachachá “La engañadora”, de Enrique Jorrín, pues justamente en esa esquina está el hotel: “A Prado y Neptuno / iba una chiquilla / que todos los hombres / la tenían que mirar”.

Desde que los habaneros desbordaron los muros de la vieja ciudad, el Paseo del Prado se transformó en el centro de la capital de la isla. Construido en 1772, fue una de las consecuencias del empuje de los representantes de la naciente riqueza azucarera que fomentaban el crecimiento de la ciudad fuera de la muralla. En sus orígenes se extendía desde la zona donde se encuentra el Castillo de la Punta hasta la puerta de tierra de la muralla. En el Paseo se instalaron los primeros teatros de importancia y se edificaron algunas mansiones. Al principio su parte central estaba sin pavimentar: sólo contaba con árboles a su alrededor. Posteriormente varios gobernantes españoles del siglo XIX le hicieron modificaciones, destacándose las de Miguel de Tacón —gobernador de la isla de 1834 a 1838—, quien ordenó ensanchar la alameda. Pero, quizás para no perder su fama de hombre fuerte —se dice que gobernó a los cubanos a taconazos—, le construyó una cárcel en uno de sus extremos, afeando la obra.

Durante la ocupación militar de los EE UU (1899-1902) se sembraron en el Paseo algunos álamos; a principios del siglo XX, concluida la ocupación, las sociedades españolas que se mantuvieron en la isla después del cese de la colonia, decidieron construir suntuosas edificaciones recreativas. Alrededor del año 1907 se levantó el Hotel Telégrafo, hoy reconstruido, que fue el primero en la cuidad con los requerimientos de los hoteles modernos. Al construirse en 1929 el Capitolio —a semejanza del que está en la ciudad de Washington—, se eliminó una sección del Paseo y se remodeló la que se mantuvo, se plantaron laureles y se instalaron faroles y bancos.

El Prado sirvió de sede durante muchos años a las fiestas carnavalescas, paseos militares, desfiles cívicos y actividades culturales. A través del tiempo se ha conocido o denominado oficialmente Alameda de Extramuros, de Isabel Segunda, Paseo del Prado, de la Reina y Paseo de Martí. Para habaneros y cubanos fue y seguirá siendo, sencillamente, el Prado.

Tras esta síntesis histórica, en el Prado del siglo XXI te tienes que ubicar tú, porque las nuevas realidades tienen que ser palpadas personalmente. Yo te recomiendo que comiences tu recorrido desde la esquina de Neptuno, bajando hacía el mar. Así empezarás a encontrarte con la nueva cara del viejo Prado.

Se puede contemplar cómo —al lado de los viejos edificios, sucios y sin pintar, los cuales, a pesar de su deterioro no pueden ocultar su belleza arquitectónica— comienzan a florecer nuevas edificaciones, sobre todo hoteleras, que intentan, en un esfuerzo constructivo la mayoría de las veces inútil, preservar el entorno.

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