Fandango en Tlacotalpan

Cada año se festeja en Tlacotalpan, Veracruz, a la Virgen de La Candelaria. La historia del culto a esta imagen en varios países del continente, como Colombia, Perú, Chile, Cuba o México, se debe a la asimilación que éstos hicieron de las costumbres y tradiciones provenientes de España, en este caso, de las Islas Canarias que fueron punto obligado en el viaje a América durante la época colonial.

En Tlacotalpan entonces, el 2 de febrero, además de los eventos religiosos como la procesión de la Virgen para bendecir al Papaloapan, se organiza en la plaza central de la ciudad, el Encuentro de Jaraneros cuyo objetivo primordial ha sido difundir y rescatar el son jarocho que estuvo a punto de desaparecer del panorama musical de México alrededor del último tercio del siglo XX. Así pues, el Encuentro —particularmente durante sus inicios en la década de los setenta—, estuvo relacionado con la investigación de campo que hicieron, entre otros, Juan Pascoe y Gilberto Gutiérrez. En el libro La mona, Pascoe señala que se trasladaban a las comunidades en las que podían aprender a zapatear, a cantar coplas o a tocar la jarana con la finalidad de que los conocimientos de los viejos soneros no se perdieran y se reincorporaran al acervo de los nuevos jaraneros.

La Fiesta de La Candelaria en Tlacotalpan significa el escenario más importante en México para los músicos y bailadores del son jarocho. Sin embargo, hoy se realizan eventos con este objetivo (difundir la música de los veracruzanos) en otras regiones del país y en la Ciudad de México. Este último lugar ha resultado bastante receptivo a lo que un grupo de músicos e investigadores denomina como Movimiento Jaranero; así, en la Ciudad de México continuamente se imparten talleres de zapateado o de ejecución de jarana, además de conciertos en recintos cerrados (museos, teatros) y en espacios abiertos (plazas, parques). De tal manera que en la actualidad puede decirse que el son jarocho vive un buen momento, tiene gran difusión en foros nacionales e internacionales, hay gente joven y niños aprendiendo a interpretarlo, cantarlo, bailarlo y también, aprendiendo a elaborar las jaranas, mosquitos o leonas (parientes más pequeños de la guitarra).

Dado que el son es una manifestación popular que nace en la fiesta, un escenario como el teatro atrofia su desarrollo. Es decir, en el teatro la relación de los músicos con el público es prácticamente inexistente porque no se da la interacción que sí sucede en el fandango, contexto que le es inherente, y en el que se interpreta a plenitud. Fandango es el nombre con que se designa esta fiesta popular en que convergen danza y música de cuerdas (jaranas). El son se baila en una tarima que funge como instrumento de percusión y, en Tlacotalpan, es común que su ejecución se acompañe de un pandero hexagonal. La tarima mide aproximadamente 2 x 2 m y el espacio reducido explica que a los sones bailados exclusivamente por mujeres se les conozca como sones “de montón”; entre los así clasificados se tiene La morena, La guacamaya, La manta, Los pollos. También se bailan sones de pareja como El toro Zacamandú, La bamba o La iguana; que sólo admiten una pareja a la vez. El zapateado veracruzano tiene gran influencia del baile andaluz pues al igual que en el flamenco, los bailadores casi no despegan los pies del piso. Es en el zapateado y no en el movimiento de los brazos (El jarabe tapatío por ejemplo, luce gracias al vestuario que requiere de un faldeo vistoso, situación que ubica al zapateado en segundo plano), que radica la belleza de este baile al transformarse en instrumento de percusión que acompaña a las jaranas.

Los sones “de montón” sirven para presentar a las jóvenes entre el público asistente con el objetivo de que los bailadores descubran a la más graciosa y mejor bailadora. Así, una vez que esto ocurre suben a la tarima a bailar un son de pareja. El fandango  —como varias de las fiestas populares de nuestro país— dura “hasta que el cuerpo aguante”. En Tlacotalpan por ejemplo, puede empezar a las siete de la noche y terminar a las siete u ocho de la mañana del día siguiente, sin embargo, si hay músicos y bailadores dispuestos a continuar, el fandango seguirá por tiempo indefinido hasta que el cansancio o el sueño los venzan;  durante la Fiesta de La Candelaria esta dinámica se repite noche tras noche durante varios días.

Antonio García de León menciona que el acervo tradicional jarocho se compone actualmente de 100 sones, pero en un fandango no se interpreta tal cantidad, sino aquellos cuyas coplas conocen los jaraneros y también, aquellos que el público asistente o los bailadores solicitan. En un escenario como éste, la extensión de un son como El butaquito es variable porque depende del repertorio lírico del jaranero, es decir, del número de coplas que conoce y puede integrar. Usualmente, un son interpretado en un fonograma tiene una duración promedio de 6 minutos (3 más de lo que comercialmente dura una canción), pero en un fandango, la duración no está subordinada a los criterios comerciales de una disquera sino, como decía, al repertorio del sonero y también a la recepción que el público hace de El butaquito, por ejemplo. Las coplas que integran un son no tienen un orden preestablecido sino que se acomodan siguiendo el criterio del jaranero. Además de esto, tampoco existe exclusividad respecto a las coplas que pertenecen a uno u otro son, de ahí que sea posible escuchar una copla en varios sones. Sin embargo, esta flexibilidad respecto a las coplas no se mantiene con los estribillos (coplas que se cantan y repiten en distintos momentos del son). Éstos sí le pertenecen solamente al son en el que se cantan, baste pensar en el estribillo de La bamba cantado en otro son como La manta. El estribillo es pues quien da identidad a un son frente a otros.

Finalmente, parece que es claro que la mejor manera de conocer las sutilezas que caracterizan la interpretación de sones jarochos es asistir a un fandango.

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