Una historia de bicicleta

En el pueblo siempre se habló del tío Mario y la tía Silvia. Su huída se convirtió en una leyenda, y no es para menos. En una época en que ante las adversidades familiares había que “robarse a la novia”, ellos fueron los primeros en echar mano de la tecnología. Dicen, porque la verdad yo ni siquiera había nacido, que por encima de los ruidos habituales de la noche se pudo escuchar claramente el rechinido de la cadena de la bicicleta en que se fugaban tan rápido como el empedrado lo permitía.

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Los hermanos de mi tía Silvia tuvieron la intención de perseguirlos, pero al ver a lo lejos la silueta brillante e incómoda de la pareja montada en ese armatoste que se sacudía y chirriaba, no pudieron contener una carcajada. Silvia, sentada sobre la rejilla, abrazaba desde atrás con fuerza a Mario, que no dejaba de resoplar. Pero en aquel glorioso instante, esas acciones no correspondían al amor que los guiaba sino a situaciones más prácticas: Silvia tenía un miedo terrible de caer y Mario, aunque ciclista consuetudinario, comenzaba a experimentar los estragos del peso extra y la cuesta por la que se sale del pueblo.

El tío Mario fue el primero de la familia, y del caserío, en tener una bicicleta, mientras la mayoría andaba a pie, algunos en burro y, los menos, a caballo. Esto, como se deja ver, marcó su existencia, pero también la mía.

En lo que respecta a la huída, las familias se arreglaron pronto. Sin embargo, mis tíos terminaron estableciéndose en la ciudad de México, en donde él siguió toda su vida transportándose en bicicleta y ella nunca quiso aprender a usarla.

Mis padres también vinieron a la ciudad. Acá nací yo. Las ocasionales visitas del tío Mario me maravillaban. Casi siempre me subía a la rejilla y me llevaba a dar la vuelta por calles que entonces ni siquiera estaban pavimentadas. Desde muy pequeño siempre quise una bicicleta. Mis primeras cartas a los Reyes Magos —que mi madre curiosa ha guardado— lo testifican sin lugar a dudas. Mientras mis dos hermanos pedían siempre juguetes que entonces comenzaban a anunciar en la televisión, yo me aferré a la idea de conseguir una bicicleta hasta que la obtuve. Desde ese momento, este vehículo me ha brindado la más intensa sensación de libertad que he experimentado.

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